Redazione RHC : 5 octubre 2025 08:27
En 1950, Alan Turing, considerado el padre de la inteligencia artificial, aún se preguntaba : «¿Pueden pensar las máquinas?». Hoy, más de setenta años después, la percepción pública parece haber cambiado radicalmente: cada vez más gente cree que las máquinas pueden incluso «crear».
El rápido avance de las tecnologías de modelado de big data basadas en IA (en particular el fenómeno ChatGPT ) ha generado una creciente sensación de vulnerabilidad entre los académicos y profesionales de las humanidades.
Luego, la repentina llegada de herramientas como DeepSeek , que democratizan la IA, intensificó este temor, especialmente entre autores e investigadores de literatura clásica. Gracias a estos sistemas, incluso quienes desconocen la métrica, el ritmo o el paralelismo pueden producir versos de gran calidad técnica y carga emocional, hasta el punto de componer poemas repletos de referencias literarias.
Para quienes escriben, el acto creativo no es solo el resultado final, sino un proceso que combina dolor, anticipación y liberación. Autores que han publicado cientos de miles de palabras describen cada nueva obra como un desafío que se enfrenta con la misma aprensión que un debutante.
Es en esta experiencia donde reside la verdadera identidad del autor: un viaje que ningún sistema automatizado puede replicar. Las obras generadas por IA bajo la guía de un «autor nominal» no le permiten experimentar ni las alegrías ni las dificultades de la creación, y mucho menos plasmar su individualidad en su escritura.
A pesar de los debates sobre el «declive del autor» y la importancia del «lector como eje central», la crítica literaria tradicional sigue basándose en el conocimiento del autor y su mundo interior . La vitalidad de un texto surge de la vida única de su escritor.
Esta reflexión nos lleva a una pregunta crucial: ¿tiene la inteligencia artificial una personalidad independiente?
Si así fuera, las obras producidas pertenecerían a la propia IA, que reclamaría sus propios derechos creativos. Sin embargo, si la IA sigue siendo una herramienta sin consciencia , los textos generados bajo control humano carecerán inevitablemente de alma . En otras palabras, la IA permite a cualquiera «volar» como un pasajero de avión, pero no desarrollar la capacidad de planear de forma autónoma.
En este momento la IA no escribe por deseo sino porque está “llamada a escribir”.
No siente emociones ni formula pensamientos originales.
Si un día evolucionase hasta convertirse en una entidad con sus propios sentimientos e intenciones, esto marcaría –según algunos observadores– un punto de inflexión radical para la humanidad misma.
Hoy en día, estas herramientas pueden permitir a cualquiera lograr resultados literarios apreciables, pero no pueden permitirle experimentar el auténtico proceso creativo.
La esencia de la vida humana, y de la creación literaria en particular, reside precisamente en este salto espiritual que transforma lo finito en infinito.
La experiencia que ofrece la IA es algo inmóvil y carente de luz propia; la del verdadero autor es viva, esquiva y misteriosa, capaz de reavivar su brillo sólo para quien la evoca con dedicación.
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