
Sandro Sana : 2 septiembre 2025 09:21
El 27 de agosto de 2025, la Fundación Wikimedia, que gestiona Wikipedia, recibió una carta oficial del Comité de Supervisión y Reforma Gubernamental de la Cámara de Representantes de Estados Unidos.
La carta, firmada por James Comer y Nancy Mace, investiga la plataforma y exige la divulgación de documentos, comunicaciones y, aún más delicado, los datos de identificación de los editores voluntarios que han escrito artículos considerados «antiisraelíes».
Una petición que sacude los pilares no solo de Wikipedia, sino de todo el ecosistema digital: la privacidad del usuario y la libertad de expresión.
Estados Unidos se autodenomina «la cuna de la libertad de expresión», con la Primera Enmienda como bandera. Sin embargo, siempre que entran en juego intereses geopolíticos y alianzas estratégicas, la libertad se vuelve repentinamente negociable.
Esta investigación representa otra contradicción: por un lado, predica la transparencia y el derecho a expresar opiniones; por otro, exige a una organización privada que exponga a sus usuarios, entregando nombres, direcciones IP y registros de actividad a una institución gubernamental.
De hecho, cualquiera que contribuya a Wikipedia debería empezar a preguntarse: «Si escribo sobre un tema controvertido, ¿estoy difundiendo el mensaje… o estoy firmando mi próxima citación a un comité del Congreso?»
Wikipedia prospera gracias a un principio fundamental: la capacidad de miles de voluntarios de todo el mundo para contribuir libremente y, a menudo, de forma anónima.
Si se rompiera esta barrera, cada contribución se convertiría en un riesgo personal potencial.
La investigación del Congreso no se limita a analizar posibles campañas de desinformación orquestadas por actores estatales o universitarios. Va más allá: exige datos personales de ciudadanos que, en la mayoría de los casos, simplemente han participado en el debate cultural.
Y aquí reside el verdadero peligro: cuando la «lucha contra la desinformación» se convierte en un pretexto para atacar la disidencia.
El detalle más preocupante se refiere a la naturaleza de la información solicitada: direcciones IP, fechas de registro, registros de actividad, metadatos de navegación.
Para quienes están familiarizados con la dinámica de la vigilancia digital, esto solo significa una cosa: trazabilidad total.
En la práctica, con esos datos en mano, el Congreso podría crear expedientes digitales sobre los editores, identificándolos, mapeando sus actividades y, si así se desea, conectándolos con redes académicas, grupos políticos o simples comunidades en línea.
Esto allanaría el camino para un tipo de control que no tiene nada que ver con la neutralidad informativa, sino con la vigilancia de opiniones incómodas.
Hoy piden datos sobre los editores que han escrito sobre Israel.
Mañana podría ser el turno de quienes critican a los grupos de presión armamentísticos, las grandes tecnología, o quienes denuncian fallas en los sistemas de vigilancia estadounidenses.
El problema no es defender a quienes difunden noticias falsas, que siguen siendo una verdadera plaga, sino evitar que el concepto se manipule para silenciar opiniones incómodas. Una vez que se abra esta brecha, será imposible cerrarla de nuevo.
El artículo destaca una tendencia que se está consolidando: de un espacio libre y anárquico, internet corre el riesgo de transformarse en un territorio de vigilancia, donde gobiernos e instituciones exigen acceso directo a los datos de los usuarios.
Y la amarga ironía es que esta tendencia proviene de Estados Unidos, que se presenta como el defensor global de la libertad de expresión.
Pero la pregunta sigue en pie: ¿puede realmente existir la libertad de expresión si cada palabra se rastrea, se archiva y se utiliza en contra de quienes la usan? ¿Pronunciación?
Esto no es solo una noticia de Wikipedia. Es una llamada de atención para quienes creen que la privacidad y la libertad de expresión son derechos fundamentales, no concesiones que se pueden revocar a la primera ventaja política.
Sandro Sana
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