Redazione RHC : 17 julio 2025 16:12
En 2021, durante una de mis exploraciones sobre la frontera cada vez más difusa entre hardware y ciberseguridad, escribí un artículo con un título que hoy suena casi profético: “Incluso un cable cobra vida”.
En aquel entonces, hablábamos de los inicios del proyecto OMG Cable: un cable USB inocuo que, oculto tras la apariencia de un simple accesorio de carga, ocultaba un núcleo digital capaz de realizar operaciones de vulneración que dejarían en ridículo a muchos programas maliciosos tradicionales.
Y hace poco, cuatro años después, tuve uno en mis manos, real, físico, listo para usar, insertado en una penetración A. Prueba encargada por un equipo al que apoyo.
Esta vez no se trataba de teoría ni de una prueba de laboratorio, sino de un escenario corporativo real cuyo objetivo era impactar y provocar la reflexión.
El resultado fue sorprendente. El cable inofensivo dejado sobre un escritorio hizo su trabajo sucio en cuestión de segundos, demostrando una vez más cómo la seguridad física es la puerta de entrada más subestimada y peligrosa a muchas infraestructuras digitales.
Y así, al retomar ese cable camuflado, no pude evitar recordar aquel artículo de 2021. Pero esta vez con una nueva consciencia: el cable OMG ya no es una curiosidad tecnológica. Es una realidad operativa. Y es hoy, aquí, en 2025.
Imagina tener un cable USB en la mano. Nada inusual: podría ser USB-A, USB-C, Lightning o quizás un híbrido. Se ve perfecto, idéntico al cable original de Apple o Samsung. Funciona como un cable real: carga, transfiere datos, conecta dispositivos. Pero lo que no puedes ver es todo lo demás.
Dentro de esa carcasa de plástico aparentemente inocua se encuentra un microcontrolador Wi-Fi programable. No es un juguete de creación, sino un módulo diseñado con una atención obsesiva a la invisibilidad.
A través de una interfaz accesible desde un navegador o directamente desde un smartphone, puedes conectarte al cable, cargar scripts, enviar comandos, abrir shells y transferir archivos. Y todo esto se puede hacer de forma remota, sin que el usuario final lo note.
Una vez conectado a una computadora, el Cable OMG se comporta como un teclado humano. Inyecta comandos. Simula la entrada. Puede abrir terminales, ejecutar código y descargar cargas útiles. Y por si fuera poco, también puede detectar la geolocalización, activarse solo en ciertas zonas, registrar las pulsaciones de teclas o borrar su memoria con un comando de autodestrucción.
En manos de un profesional, esta herramienta es simplemente extraordinaria. Quienes trabajan en un entorno de equipo rojo lo saben bien: las simulaciones de ataques deben ser realistas, efectivas y, sobre todo, impredecibles. Insertar un cable OMG en un escenario controlado permite probar la seguridad física, la conciencia del personal y la efectividad de las políticas de la empresa. Durante una simulación de ataque dirigido, el cable puede dejarse estratégicamente en un área común o ser utilizado por un operador para evaluar la respuesta de los sistemas de defensa en caso de una intrusión física. Además, es una herramienta de enseñanza excepcional para fines de capacitación. Nada crea más conciencia que un ataque exitoso: mostrarle a un empleado que solo se necesitan dos segundos para comprometer un sistema con un simple cable puede cambiar radicalmente su enfoque de seguridad.
Pero todo esto tiene una desventaja preocupante. Porque el mismo poder que lo convierte en una herramienta útil y legítima en un entorno profesional también lo hace peligrosamente fácil de abusar.
El cable OMG no requiere conocimientos avanzados para su uso. Solo se necesitan unos pocos clics y una conexión wifi. No hay necesidad de crear malware, eludir el software antivirus ni la protección. Simplemente conéctelo.
Y aquí se abre un abismo. Porque cualquiera, y me refiero a cualquiera, puede comprarlo en línea. No hay controles, ni registros. Sin límites. Sin aviso legal que acompañe a la compra.
Imagina una sala de reuniones. Un compañero de trabajo deja un cable enchufado. Otro, desprevenido, lo usa para conectar su portátil. En ese momento, el atacante, que puede estar sentado en un bar a cien metros de distancia, abre una ventana, ejecuta comandos y extrae datos. Todo en silencio. Sin ventanas. Sin alarmas.
Y ahora imagina una situación doméstica. O peor aún, una relacional. Un cable «olvidado» en casa de alguien. Un teclado invisible que lo graba todo. Que lo envía todo. Que lo controla todo.
No estamos lejos de la ciencia ficción. Estamos exactamente ahí.
En muchos países, incluida Italia, dispositivos como este, si se utilizan para grabar comunicaciones sin consentimiento, pueden considerarse interceptación ilegal.
La legislación italiana, por ejemplo, castiga severamente el uso de dispositivos diseñados para interceptar comunicaciones o información privada.
Sin embargo, el cable OMG no está sujeto a ningún tipo de regulación. No hay avisos legales, licencias ni autorizaciones. Se compra como un cargador de viaje.
El problema, por lo tanto, es doble: por un lado, la tecnología avanza rápidamente y ofrece soluciones cada vez más potentes. Por otro lado, la cultura y la concienciación de quienes la utilizan siguen peligrosamente rezagadas.
En nuestro mundo, nos gusta categorizar: hackers de sombrero blanco, hackers de sombrero gris y hackers de sombrero negro. Pero la realidad es mucho más compleja. Una herramienta como el OMG Cable desafía estas categorías. Porque la línea entre el uso ético y el abuso criminal depende completamente del contexto.
Y es precisamente este contexto el que falta. Las escuelas, las empresas y los responsables de seguridad deben empezar a incluir la ética hacker entre los temas fundamentales.
Ya no basta con enseñar cómo defenderse de un ataque. También debemos enseñar por qué no se deben realizar ciertos ataques.
Porque hoy en día, cualquiera puede ser un atacante. Y si no se les explica el límite, no necesariamente lo reconocerán por sí solos.
No hay una respuesta sencilla. Instalar un antivirus o reforzar los firewalls no es suficiente. El peligro, en este caso, entra por la puerta principal, con el consentimiento implícito del usuario.
Es necesario revisar las políticas. Es necesario capacitar al personal. Los dispositivos físicos deben revisarse con el mismo rigor con el que se analiza un paquete de red.
El concepto de seguridad física, subestimado durante mucho tiempo en el mundo digital, ahora vuelve a estar en el punto de mira.
Necesitamos un cambio de paradigma. Una nueva cultura. Una conciencia que coloca a los seres humanos, con sus errores, hábitos e ingenuidad, en el centro de la estrategia de defensa.
El Cable OMG no es malo. No es el culpable. Es un espejo. Refleja quién lo usa y para qué lo usa.
Es una herramienta poderosa, que puede hacer el bien o el mal. Depende de nosotros.
Pero una cosa es segura: quienes trabajan en ciberseguridad no pueden permitirse ignorarlo.
Porque la próxima vulnerabilidad podría provenir no de un archivo adjunto de phishing ni de una vulnerabilidad CVE, sino de un simple cable dejado sobre el escritorio.
En 2021, escribí que incluso un cable tiene vida.
Hoy, añado: De nosotros depende decidir qué rumbo tomará esa vida.
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